La copia descarada de obras singulares puede producir, en determinadas circunstancias, resultados diversos de calidad remarcable.
17 de diciembre de 2012

[Jaume Prat] La manera de escuchar y representar la música es clave para su desarrollo. La música clásica tiene un origen claramente elitista: de acceso dificultoso, está hecha para su representación en salas diseñadas ex profeso, y está asociada a un rito concreto y determinado, a una clase social concreta, a una economía capaz de sustentar a unos compositores e intérpretes que dedican su vida al deleite de unos pocos. 

Su estructura es tonal. Todos los demás elementos que la conforman giran en torno a las modulaciones, que se pueden desarrollar en piezas (y ciclos de piezas) muy largas, concebidas para su representación íntegra. Es bien conocido que Beethoven, quizá el primer músico en dar a la repetición de un pasaje un valor enfático que supere el simple relleno de un concierto, escribía dichos pasajes repetidos copiándose a sí mismo nota a nota, sin la más mínima variación, tan sólo para dejar clara su postura de que esa repetición es tan importante como la primera vez que se escucha dicho pasaje. El programa de mano del día que el compositor estrenó su Novena Sinfonía comprendía, entre otras piezas, una misa entera y otra sinfonía. Entre siete y nueve horas de música en total. El compositor y el intérprete se desligan. La imposibilidad de grabar la música obliga a un sistema de codificación complejo, partituras que, a partir del romanticismo (coincidiendo con la aparición de editoriales específicas para su publicación) no conocerán versión definitiva: Chopin se hizo famoso por enviar a cada editorial una versión diferente del mismo tema. 

El rock fija sus orígenes en la música popular grabada. Intérprete y compositor se confunden, sin intermediarios. El sistema de representación de dicha música se simplifica al máximo: unos versos con acordes en medio. La estructura tonal está simplificada al máximo: tónica, dominante, tónica. Sin más. En cambio, los patrones rítmicos y, sobretodo, las letras, se trabajan muchísimo más. El rock culto y su fusión con la música contemporánea (incluso con determinados aspectos de la música clásica) variará este modelo hasta el paradigma actual, donde una élite de grupos ha roto completamente la distinción entre estilos. 

El módulo básico del rock es una canción de dos a cinco minutos, preparada para ser radiada: esta música se concibe como un negocio lucrativo desde el primer día. Cuando, simultáneamente, The Beatles y The Pink Floyd sacan su Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band y su Piper At The Gates Of Dawn, grabados en el mismo momento en estudios vecinos por el mismo equipo de ingenieros de sonido y productores trabajando en red, concibiendo (más bien consolidando) el módulo disco por encima del módulo canción, se encontrarán con unas dificultades enormes para la comercialización de estos discos. En América, Capitol Records los trocea sistemáticamente, quitándoles arbitrariamente tres canciones para editarlas junto con las caras B de los singles, doblando el disco, para horror de unos músicos que han trabajado en el orden de las canciones con la misma intensidad que en los propios temas. 

El derecho de copia (copyright), la propiedad intelectual (de música popular) y el módulo-negocio fuerzan y guían el desarrollo de esta música. Es imposible el trabajo con pistas de otros intérpretes, a no ser que sea de modo ilegal. 

En 2004, el DJ Danger Mouse (la figura del DJ ha evolucionado, en su versión más elitista, a un creador que trabaja a partir de material de otros grupos) decide mezclar dos discos unos sobre otro: The White Album, de The Beatles (concebido, como todos los discos del grupo a partir de 1966, como obra unitaria) y The Black Album, del rapero Jay-Z (no confundir con el disco del mismo título de Prince). Dicha mezcla no es legal, por lo que no puede comercializarse el disco, convertido en experimento, vehículo de promoción, rompehielos para que la música se exprese de otro modo. Dicho disco se regala en una web, y es una obra original hecha a partir de dos obras originales, terminadas, conocidas y fijadas. De Jay-Z extrae las letras, la energía, el pulso y un determinado ritmo. De The Beatles extrae bases, categoriza detalles, visibilizando un trabajo de criba verdaderamente notable. El resultado final es un disco inferior a los dos primeros, experimental, duro de escuchar, absolutamente interesante en sus resultados. 

En 1965, los arquitectos Francesc Mitjans y Santiago Balcells copian el Pirellone, de Gio Ponti, edificio construido en Milán
9 años antes, una pantalla ancha y muy estrecha que, vista de canto (los extremos se agudizan en forma de proa, facilitando esta lectura), se erige en uno de los rascacielos más esbeltos que existen. Su estructura, dimensionada a viento, es obra de Pier Luigi Nervi, que adelgaza los pilares de modo continuo, en lugar de por secciones, creando un efecto sutil y elegante. Ponti concibe el edificio como una suma de caras que coinciden por sus aristas vivas, con una cubierta plana exenta. 

Mitjans y Balcells, en cambio, funden los planos laterales con el plano del muro-cortina haciendo que se doblen sobre sí mismos, matando la arista. El muro-cortina, que marca los pilares en fachada del mismo modo que el original, no está animado por una estructura fusiforme, volviéndose torpe y pesado. La cubierta no se independiza, dejando su vuelo convertido en un rehundido que se aprovecha para poner el nombre de la torre (originariamente Banco Atlántico, luego Banco Sabadell-Atlántico, finalmente Banco de Sabadell). Se ha renunciado al zócalo. El edificio aparece monolítico, sin esa elegancia airosa del original. 

En cambio, su contacto con el suelo y su emplazamiento superan el original de Ponti: la torre se emplaza en un chaflán de la calle Balmes, virtualmente encima de la Diagonal (aunque no es un chaflán agudo, sino canónico del Ensanche), y se eleva pelada por encima de la huella de su parcela, doblando la esquina con una lectura frontal mucho más interesante que su padre milanés. La torre constituye una de las reflexiones construidas sobre un chaflán Cerdà más maduras que se conocen. Y abre infinitas posibilidades. 

Como The Grey Album, la Torre del Banco Atlántico manipula una obra hasta convertirla en otra radicalmente diferente, transitando, gracias a los detalles que las separan, en esa línea fina que discurre entre el uso acrítico de una obra precedente y un producto original adaptado a unas circunstancias determinadas, en un modo de crear tan peligroso como apasionante y poco seguido. 

Enlace a la web donde se regala The Grey Album.

País: España
Ciudad: Barcelona
Agentes: Francesc Mitjans
Agentes: Santiago Balcells
Agentes: Jay-Z
Agentes: The Beatles
Agentes: Danger Mouse
Edificios: Banco Atlántico
Autoría de la imagen: Jaume Prat (Atlántico)