Sobre la imposibilidad de materializar una teoría.
9 de abril de 2013

[Jaume Prat] Manifestación artística. Si reflexionamos sobre estas palabras veremos que el término que conjugamos excluye cualquier posibilidad de un sistema abstracto. El arte es una suma de concreciones. No existe ninguna expresión concreta de un sistema, como no existe ninguna expresión concreta de una teoría. Sólo existen cristalizaciones de estos postulados en obras concretas. De aquí la aparición de la palabra manifestación, entendida aquí de modo análogo a las apariciones bíblicas de ángeles, demonios y divinidades cabreadas varias. Últimamente, la palabra obra se está descartando en función de la palabra proyecto. El término puede llegar a ser más exacto al incluir dos factores más de complejidad en la obra: su proceso y su valor de serie, una contextualización en una familia de otras obras propias o ajenas que puedan expandir, sumar, matizar ciertos aspectos de la propuesta. 

Las teorías pueden encontrar su manifestación únicamente por reducción al absurdo. Quizá el mejor ejemplo que conozco para ilustrar esto sean los 4’33” de John Cage. La pieza, bien interpretada, nos obsequia con 4’33” de silencio perfecto, materializando toda una serie de teorías que siempre me dio mucha pereza leer sobre el zen, Erik Satie y los silencios tensos, Lord Chandos, etcétera. Se encuentra en dos versiones: para piano solo y para orquesta. Una vez asistí como espectador a la interpretación de la versión para orquesta: el director se giró al público (único momento en toda la función que lo hizo), y, solemnemente, anunció que pasarían a interpretarla. Rogando nuevamente más silencio y más desconexión de móviles, como si esto resultase innecesario en medio de, digamos, un pianissimo de Debussy. Alzó la batuta, los músicos prepararon sus instrumentos y empezó el espectáculo. Mi incultura me ponía en peligro constante de que se me escapase la risa. Crucé la mirada con una espectadora tres butacas más allá, desviándola al constatar que estaba tan a punto de reírse como yo mismo. Me pareció que el primer violín tenía ganas de rascarse. Un señor tosió. Algunos músicos hacían pequeños movimientos que emulaban, con cierta elegancia, las técnicas de air-guitar. Hacia el final la gente se inquietó. Se tensó de ese modo en que te tensas cuando quieres evitar que tu butaca siga rechinando y todavía rechina más. Cuando se me pasaron las ganas de reír empecé a aburrirme. Finalmente, el director alzó la batuta, los músicos se levantaron y todos a aplaudir. Desconcertado, consulté en youtube la versión interpretada por el propio John Cage (piano solo): 4’33” más de silencio perfecto. Cage se mueve siguiendo una especie de Tai-Chi a cámara lenta, acercando y alejando las manos al teclado jugando claramente con fuego: si temblase pulsaría una tecla y plaf, error de interpretación. Al final se gira al público, que vuelve a aplaudir entusiasmado. 

4’33” es una pieza absurda. No presenta, ni puede presentar, ninguna posibilidad de interpretación ciñéndose a la estructura interna de la canción. Porque no hay canción. Son 4’33” de silencio. Podrían ser quince minutos, o tres segundos. Puedes dormirte, si no roncas. Es el Vestido Nuevo del Emperador: sin ayuda exterior es imposible encontrarle sentido. Teoría refiriéndose a la teoría. Y, como máximo, la posibilidad de un cierto disfrute intelectual, alejado completamente de unos sentidos a los que voluntariamente se ha privado de cualquier estímulo: en Guantánamo solían llamar a esto tortura. 4’33” es la regla sin excepciones. Cuando miramos a su interior, encontramos el vacío absoluto. 

Una materialización concreta de una teoría niega dicha teoría. Por definición. Constituye una segunda piel relacionada con el cuerpo humano y con el exterior por aproximación, mediante unas reglas que remitirán propiamente a ella de un modo autónomo al propio cuerpo y al espacio exterior. Y es a partir de la aparición de estas reglas autónomas que la obra tendrá sentido. No como teoría, sino como aplicación concreta de esta teoría al margen de la teoría seminal que haya animado su realización. 

 

País: USA
Ciudad: New York
Agentes: John Cage
Autoría de la imagen: 20 minutos