Rogelio Ruiz trae una disquisición sobre la concentración en el tiempo, en la memoria y en el puro abstracto del nombre y obra de autores, incluso de arquitectura, confundiéndose, retorciéndose como un mismo ser… en la pura y efímera gloria de la fama
17 de abril de 2014

[Rogelio Ruiz Fernández, dr. arquitecto, para scalae]

“Según la observación de un gran conocedor, tiene cada brote de la naturaleza tan sólo un instante de plena y verdadera belleza; nosotros podemos añadir también que sólo hay un instante de plena existencia. En este instante, es lo que es en toda la eternidad: fuera de él sólo le adviene un devenir y un perecer. El arte, en cuanto representa la esencia en aquel instante, lo rescata del tiempo; hace que aparezca en su puro ser, en la eternidad de su vivir” SCHELLING, FRIEDRICH, 

Las revistas intentan, como en el mostrador de un mercado, poner las obras que alcanzan ese instante, ese momento interesante, que resume el presente. Pero el presente es cegador, por la novedad que nos araña la retina, como decía Ortega, y es difícil ver, discernir en lo nuevo lo banal y lo que queda, deshilachar el lienzo del hoy mismo, separar paja y grano. Más fácil, más cruel, es la distancia, observar con ojos de historiador y no de periodista. En este afán clasificatorio de Lineo, en este afán de podio, nuestra memoria, la memoria colectiva, anula primero la trayectoria, luego deja tan sólo en una obra a toda una persona, y al final, a veces, sólo la obra persiste para acabar como esos retablos tan hermosos que al pie llevan como autor una tautología: “el maestro del retablo de…”. La  obra ya no es del artista, él precisamente un día fue artista por haber hecho esa obra que es al fin la que perdura, la importante. Los libros de historia están poblados de perfiles más o menos coherentes, la rectitud del maestro, pero aparecen a veces esos saltos perfectos, esos destellos en la noche del tiempo. Cuanta preparación detrás del ejercicio magnífico de un gimnasta, qué tiempo, qué concentración y observación preceden la pequeña obra de un gran arquitecto.

La sinécdoque es en realidad de lo que hablamos, designar el todo por una parte. Pero a ese tropo, que condensa en literatura, se puede llegar como destilación o como olvido. El olvido viene de una parte que escogemos los demás como críticos que todos somos, y la destilación es la que el propio artista consigue inhibiéndose de otra realización. Nosotros mismos, en campos que no conocemos con profundidad, resumimos, limitamos un autor a una obra. Giuseppe Tomasi di Lampedusa es sólo El Gatopardo, Antonín Dvorák El Nuevo Mundo, Edvard Munch es El Grito, Carl Theodor Dreyer es La palabra, Robert Doisneau El beso y así…, vamos deshojando, quitando toda una vida en una obra y al final, como aquellos personajes en busca de autor de Luigi Pirandello, lo único importante, como decíamos, es la propia obra, la que se acaba desligando de su creador. Frankenstein se olvida ya de Mary Shelley. (Mary Shelley de Mary Wolstonecraft). 

La fotografía es eso en parte, captar con una imagen una época, traer del pasado todo en un momento. A veces en un olor también vuelve lo que se fue (Patrick Süskind es tan sólo El Perfume). En el caso del cine a menudo vemos películas que sólo te dejan una escena: sólo recuerdo esas manos acariciando el trigo en la Hispania del Gladiador, de American Beauty aquella bolsa llevada de manera aleatoria por el viento que a su vez recordaba los remolinos de polvo que rodaban por Vetusta mientras la heroica ciudad dormía la siesta. 

Vemos como hay obras que siguen conectando años después de haberse realizado, de haber desaparecido su autor. Otras llegamos a un estado en que la sociedad comprende lo que alguien ha dicho, o simplemente le interesa y el instante en que fue uno con el inconsciente colectivo es muy posterior.

También sucede en ocasiones que el artista con su proyecto debajo del brazo recorre una vida con miedo a la cosificación de la idea, a la pérdida de hálito con la realidad, porque esa idea, si es única, si como dice Friedrich Schelling es el cenit de una vida, es arriesgado perderla en un mal intento, y esperar, esperar, esperar al buen momento es complejo, y muchas veces no da el fruto. Podríamos incluir aquí la arquitectura de los sueños, La maison suspendue de Paul Nelson (suspendida en la memoria), la endless house de Frederick Kiesler (premonitoria sin conclusión) que se aferran a sus nombres como fantasmas de la no materia, y a veces por no haber caído en la cosificación que envejece, en la materia artizada de José Lezama Lima, que debe luchar contra las contingencias, permanecen con más fuerza en nuestra caprichosa memoria. 

Otros tuvieron más suerte, el primer Gerrit Rietveld y su casa Schröder (1924), Eileen Gray y su E-1027(1926-29), Pierre Chareau y su Maison de Verre 1928, Charles Eames y su casa (1945-49) Poul Kjærholm y la suya(1963) son ejemplos de arquitecturas que sólo se pueden entender como culminación de una entrega previa importante al mundo del diseño, como final feliz de un compromiso (fin vital, aunque no coincida cronológicamente con lo último realizado).     

No de manera casual hemos escogido una serie de casas vinculadas a arquitectos y diseñadores que nos han rodeado con sus piezas de mobiliario. (Nos rodean sillas Barcelona, chaises-longues de LC–Perriand, sillas Wassily o Cesca, sillas hormiga pero son más bien apéndices de trayectorias  arquitectónicas más sólidas.)&nbs
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En los ejemplos citados, varios no tienen formación de arquitectos, se trata de diseñadores que buscan prolongar su actividad a una escala mayor, no como una manera de alcanzar nuevas metas, sino como forma de dar testimonio de lo que para ellos, puntas de la lanza de la vanguardia, debe de ser una casa en su tiempo. Algunos hacen su propia morada y con ello, juntando cliente y artista, viven en el marco que pretenden suyo. Acaba siendo como el propio Curzio Malaparte dice de la suya “una casa come me”.  El ego desproporcionado, quizá sea la única manera de llegar a algo, genera esa voluntad de mostrarlo al mundo. Por ello Amancio Williams es su Casa del Puente. Ellos, que no encuentran en este mundo su imagen, la que ellos quieren, crean su casa, crean en realidad “su castillo”, su forma de ser fuertes y estar en su matriz, están haciendo cocooning en el más primero de sus sentidos, haciendo el capullo donde la larva vive para dejar en nuestra memoria la mariposa. Podemos hablar también de la de Ludwig Wittgenstein, en realidad casas de no arquitectos que viniendo de otras disciplinas nos enseñan a veces aspectos de la nuestra que nosotros mismos desconocíamos. 

Hemos analizado, tomando en nuestra biblioteca de manera arbitraria una serie de historias de arquitectura de los últimos años, como funciona nuestra memoria y nos damos cuenta que quitando el ejemplo del primer Rietveld, presente de manera importante en todas, Eileen Gray, archiconocida visualmente por todos nosotros sólo aparece en la historia de William J. R. Curtis en 1982. Eames merece una foto de su tumbona en el Benevolo (1974), también en el de Curtis 1982 y una de las escasas entradas de arquitectos modernos del Diccionario de Arquitectura de Nikolaus Pevsner (1966). Pero Pierre Chareau que pensamos que con su salto debería de ser un sine qua non sólo aparece, ahora que nos fijamos, eso sí de manera generosamente fotografiada, en el libro de Curtis (Leonardo Benevolo, sin citar ni entrar en su maison de Verre, se limita a mencionarlo como parte de la Union des Artistes Modernes). Kenneth Frampton no menciona más que al autor de la Schröder. Y Poul Kjærholm, como algunos otros grandes diseñadores nórdicos, es tan callado en su autopromoción como tranquilo es su diseño, y su murmullo no llega a los oídos de ninguno de los historiadores recientes.

Hay que decir también que en esta evanescencia de la memoria, vemos al escribir los nombres que faltan, los primeros en evaporarse, los back-room boys el Nicholas Hawksmor de Sir Christopher Wren (y de John Vanbrugh), el Pierre Jeanneret de Le Corbusier, las mujeres de Alvar Aalto…) En el caso de Chareau, acompañado de alguien tan importante como Bernard Bijvoet que siempre va al lado del nombre de Jan Duiker en la arquitectura holandesa. Ray Eames se pierde tras el apellido de su marido y Hanne Kjærholm también (realmente la que era arquitecta y diseñó la casa). Es Jean Badovici el que se pierde tras la cábala E-1027 de Eieleen Gray… Tampoco debió ser desdeñable como se involucró Truus Schöder-Schräder en la suya. Firmes fundamentales para apoyar la floración de estos artistas que nos acompañan con sus diseños. 

Los escritores, todos los artistas parten de una insatisfacción vital que transforman con su arte creando mundos paralelos. La manera más directa para un diseñador o un arquitecto es empezar por ordenar (o desordenar) su habitación, hacer su casa y después, si es posible, cambiar el mundo durante un segundo, durante los minutos de gloria de Andy Warhol y ser en ese instante, como nos dice arriba Schelling, todo lo que será en la eternidad.   

Rogelio Ruiz Fernández. dr.arquitecto.

 

refs bibliográficas

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Agentes: Rogelio Ruiz Fernández