Conexión al vuelo de un comentario de pasillo con una vivencia personal.
10 de julio de 2013

[Jaume Prat] La comprensión de la arquitectura como una prolongación orgánica de nuestro cuerpo desde cualquiera de nuestras extremidades, desde nuestros ojos, orejas, piel, y/o, mucho mejor, la comprensión de la arquitectura como una zona erógena más de nuestro cuerpo (fuente, por tanto, de placer sensual) es el legado principal a extraer de los escritos de Juhani Pallasmaa. Desde su experiencia personal enraizada en un país con una cultura, densidad de población, clima y paisaje radicalmente diferentes al nuestro, Pallasmaa habla de la necesidad (del deber) de la arquitectura de re-erotizar y re-ritualizar el espacio. Conceptos prácticamente sinónimos: el sexo tiene mucho de rito. De fiesta de (todos) los sentidos en el que el menos importante es el de la vista, mientras que los otros se confunden promiscuamente en una fiesta que los hace variar en cada segundo de protagonista principal. El principio de la relación sexual es gradual. A veces, incierto. Como un proyecto. El final, explosivo, una culminación en toda regla que, si se hace bien, siempre será un punto y seguido. O un punto y coma. 

Uno de los momentos en que he podido experimentar este sentimiento con mas intensidad fue durante una visita a la iglesia de Marco de Canaveses, de Alvaro Siza, espacio sagrado en función del hombre mucho más que de una divinidad convertida en mera excusa para la construcción de un edificio, más un centro cívico que una iglesia al uso, donde la calidad de los espacios (a través del diseño exquisito de cualquier rincón) recupera un sentido laico de la trascendencia. El edificio está concebido para acompañar cualquier momento importante de la vida de una persona desde su nacimiento hasta su muerte como si fuese una segunda piel: erotismo y rito. Una sensualidad profunda que convierte la vista en el menos importante de los sentidos, cargándose, de paso, cualquier teoría que sistematice la arquitectura como un sistema de relaciones visuales. Sucedió un mes de febrero casi primaveral de finales de los noventa. A primera hora de la mañana se podía andar sin chaqueta tranquilamente por la calle. Entré a la nave principal de la iglesia. El interior, una planta basilical de gran altura de techo cubierta por un cielo raso plano, funciona como un enorme depósito de luz natural directa e indirecta abierta por el lado noroeste al pueblo y a las vistas mediante una ventana corrida (sin un solo soporte intermedio) a la altura de una persona sentada. Completamente solo, me senté en una de las sillas del final de la nave, a mano izquierda, a la vera del muro desplomado. Detrás de mí se abría la pila bautismal, ubicada en la caja gemela al campanario, vacía en toda su altura. Dos oberturas de luz, una vidriera que comunica el espacio con el umbral de la puerta de acceso y un lucernario superior que baña un mural cerámico realizado por el mismo arquitecto en que una persona bautiza a otra, las dos de pie, enfrentadas en posición de igualdad, arropadas por la misma geometría de la pared. La pila bautismal es un enorme bloque de mármol, una sola pieza torneada de planta circular cuyo enorme peso parece hundir el pavimento a su alrededor, creando una depresión circular también de piedra de unos cinco centímetros de profundidad. El agua no está estancada: se trata de una fuente que desagua por un agujero practicado en la piedra que conecta el desagüe superior con una obertura circular practicada a unos sesenta centímetros del suelo. El agua cae desde esa altura a la depresión circular, produciendo un sonido continuo que llena por completo el espacio. Ese sonido, perfectamente perceptible desde cualquier posición de la nave central, es la iglesia. Uno puede cerrar los ojos y sentir igualmente el espacio. Llevando esta reflexión a su último extremo, un ciego que visite el edificio se hará una idea tan exacta del espacio como cualquier persona dotada del sentido de la vista. El espacio es sensual. Erotismo y rito. Rito más allá del propuesto por los clientes del edificio. Rito como dignificación de nuestras conductas cuotidianas. Rito como significación del sexo, como vehículo de un erotismo, de una sensualidad que tiñe toda nuestra manera de comportarnos en ese interior donde entendí que el espacio no tan sólo es algo que te rodea, sino que puede penetrar en tu interior como uno de esos amantes que dejan huella para siempre. 

 

el libro "…from Jaume Prat Ortells", de la colección de ebooks de arquitetcura + arquitectos de scalae, publicado en Junio de 2013, contiene una versión revisada de este artículo.

País: Portugal
Ciudad: Marco de Canaveses
Agentes: Alvaro Siza Vieira
Agentes: Juhani Pallasmaa
Edificios: Iglesia de Marco de Canaveses
Autoría de la imagen: Bea Spoli et al.
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