Enric Massip-Bosch, amigo personal del arquitecto, compañero de clases en la ETSAB, rememora la figura del arquitecto y profesor, muerto el pasado cinco de mayo.
29 de marzo de 2013

 Albert Illescas era una de las almas de la ETSAB. Los que hemos sido alumnos suyos y tuvimos la suerte de compartir con él ratos de facultad, cafés en el bar, intercambios de opiniones sobre la arquitectura con todo el peso de la palabra, lamentamos su pérdida. Enric Massip-Bosch lo rememora en un artículo aparecido recientemente en la Vanguardia.

 

EN MEMORIA DE ALBERT ILLESCAS (1940-2011)

Enric Massip-Bosch, 05.05.2011

 

 

A veces se nos presenta la rara oportunidad de conocer a una persona que, incluso sin que se lo proponga, nos influirá para siempre, convirtiéndose en un punto de referencia. Esto nos ha pasado a muchos de los que hemos conocido, tratado y querido a Albert Illescas. Su radical independencia de criterio, su generosidad intelectual, su capacidad para relacionar muchos conocimientos diversos, su pasión por tantas cosas, son calidades de Albert que lo hacen un modelo de comportamiento para los que lo hemos tenido cerca. Y, por encima de estas, su simpatía, su bondad y su visión luminosa de la existencia, que se superponían insólitamente a un lúcido escepticismo fundamental respecto tantas cosas humanas.

 

Como arquitecto nos ha dejado algunas obras que, a pesar de ser de diferentes épocas y en lugares diversos, tienen todas ellas una vigencia natural, atávica y modélica, porque han sido pensadas para las personas. Su casa en Ibiza, en la zona desarrollada en los años 60 por su padre Sixte, Josep Lluís Sert y Germà Rodríguez-Arias, los tres amigos fundacionales del GATCPAC, más que una residencia es una ejemplar manera de colocarse entre los pinos existentes, sin estorbar, viviendo en simbiosis con ellos. O su casa de Monells, donde ensayó en diferentes tiempos varias maneras de hacer interior en el exterior y viceversa, buscando otra vez una manera de posicionarse en el mundo que no fuese dependiente de las modas, sino de los modos.

 

Sus últimos años disminuyó su dedicación a los proyectos y se dedicó a la arquitectura escribiendo. Empezó con el largo y sinuoso proceso de redacción de la magnífica monografía de su padre, que le supuso, como él mismo explicaba, un trabajo intelectual y, sobretodo, emocional, casi de reconciliación filial. Es un trabajo de un rigor académico y de calidad narratiba y documental impecables y delinea perfectamente la obra y la figura de Sixte Illescas. Pero, sobretodo, el resultado es tan Albert que yo diría que es el mejor retrato que nos ha dejado de sí mismo, porque reúne ternura, ironía, saber y lucidez.

 

El lugar donde brillaron todas sus calidades, su ecosistema natural, fue la escuela de arquitectura. Des de allí tuvo, quizá a pesar suyo, como decía al principio, una gran influencia sobre muchas generaciones de estudiantes. Sus clases no dejaban a nadie indiferente, y obligaban a todo el mundo a una reflexión personal sobre su trabajo, y eso las hacía muy intensas. Se dejaba literalmente la piel y exigía de sus alumnos que también lo hiciesen. Su empatía natural hacía que pudiese decir las verdades más duras sobre tu proyecto con un taco monumental, y que te lo tomases a risa. Era tan divertido que a veces pienso que usaba el humor para que no destacase demasiado su enorme bagaje cultural. Pero su cualidad principal era el profundo respeto que sentía por todos, más allá de las formas convencionales, que nunca le importaron un pimiento.

 

La escuela era una parte muy importante de su vida personal y profesional. Pero la escuela que importa de veras: la de los alumnos, la de las clases y conferencias, la de los viajes con los estudiantes. Él fue muy generoso con la escuela, dio lo mejor de sí mismo, organizó seminarios y publicaciones sin tener ninguna obligación. Pero la escuela fue muy poco generosa con él y no lo trató como merecía, quizá por su pose indómita e informal. Tubo que luchar mucho por lo que quería hacer, y eso le dolía. Pero el contacto con los alumnos le hacía olvidar todas sus congojas y le daba ánimos para ir siguiendo.

 

Yo fui primero alumno suyo, luego compañero los años que dimos clases juntos, y muy desde el principio amigo muy orgulloso de serlo. Fue un privilegio compartir con él tantos ratos, poder discutir de tantos asuntos, reirnos de tantos otros. Cambiar descubrimientos, vinos, libros, restaurantes. Pude aprender de él muchas cosas, y en estos momentos desoladores no puedo dejar de pensar en las que ya no me podrá contar. Pero su pérdida es, sobretodo, la de una actitud vital, honesta y apasionada, inconformista y alegre, una actitud modélica en tantas cosas, una clave de vuelta para saber si lo estamos haciendo bien. Como decías siempre, Albert: Salud, compañero!

 

(trad. Jaume Prat)

refs:

La lección del patio argelino, artículo de Albert Illescas (pdf, UPC commons)

En memòria d’Albert Illescas, artículo de Josep Ferrando Bramona (en català, incluye varios artículos de Illescas. AxA)

 

País: España
Ciudad: Barcelona
Agentes: Albert Illescas
Agentes: Enric Massip-Bosch
Agentes: ETSAB
Edificios: ETSAB