Síntomas y diagnósticos de un cambio (VI)
28 de mayo de 2009

Izaskun Chinchilla reivindica la arquitectura experimental, y el error como uno de sus núcleos fundamentales, de un modo preciso y nada ingenuo, en su artículo «¿Qué es experimental en arquitectura?»*.

Recordemos entonces que en la definición más tradicionalmente académica** se identifican tres tipos de investigación en arquitectura: histórica, la que describe lo que era; descriptiva, la que interpreta lo que es; experimental, la que describe lo que será. Es un planteamiento cauto el de la tradición por cuanto sitúa la investigación arquitectónica, cuando es experimental, en un plano paralelo a la realidad: el de la palabra, instrumento que describe o interpreta, cuidadosamente alejado de la materia, de lo físico, de la realidad.
Posiblemente para huir de tamaña pulcritud, y poder entrar más al trapo y obligar la coincidencia de lo abstracto y lo real, prefiere la joven arquitecta distanciarse de la etimología justificando así que en su texto (se) «propone una construcción constante, responsable, relevante y colectiva del lenguaje, su significado y su uso, y es la actitud que (…) se propone revisar qué puede suponer el apelativo EXPERIMENTAL aplicado a la arquitectura».

Con la venia, entonces, Izaskun aborda una nueva cadena de acepciones que en su quinta derivada propone: «La arquitectura experimental debe poder fallar, es decir, debe formular hipótesis que puedan o no cumplirse. Ya dijo Francis Bacon que “la verdad emerge más prestamente del error que de la confusión” y, en arquitectura, la equivocación ha sido eliminada de lo posible a base de ocultar hipótesis o construir arquitecturas que no brindan un ensanchamiento del saber técnico, es decir, a partir de la generación de una buena dosis de confusión». Reivindica, así, de un modo hermosamente retórico, la realidad antes que la palabra, el error reactivo antes que la confusión reaccionaria. Chinchilla censura la confusión e indirectamente, lo decimos nosotros, la mala educación.

Queda claro que el error reivindicado lo es en cuanto valor abstracto y consensuado con quienquiera que sea destinatario de la arquitectura que está proyectando, investigando, un arquitecto. El más elemental, y legal, sentido de la responsabilidad excluye el error técnico y las deshonestidades conscientes del planteamiento al que aludimos. Aunque, ciertamente, si echamos la mirada a la producción de arquitecturas de los maestros lo que detectamos inmediatamente es que buena parte de las construcciones que nos emocionan como arquitectos y de las que hemos aprendido posiblemente resultaron erróneas para sus habitantes, fallaron, y precisamente por ello pudieron determinar caminos que hoy mejor sincronizan con los modos contemporáneos de relación personal, de vivir y de vivienda, por atender una tipología suficientemente difundida. La arriesgada Casa de la cascada de Wright, la permanentemente mutante Villa Savoye de Le Corbusier o la contranatural Casa Fansworth de Mies van der Rohe son paradigmas de la investigación arquitectónica en buena parte por su fracaso como respuesta a sus requerimientos y tiempo, por su anticipación «errónea» de un futuro y de nuevas sensibilidades (por cierto, obras y realidad de arquitectos que se atrevieron con la manipulación de, incluso, su propio nombre). Por no hablar de la casa en Burdeos de Rem Koolhaas: pregunten, pregunten a Guadalupe.

Pero, ¿qué pasa cuando echamos la mirada hacia nuestro presente o hacia adelante? De inmediato percibimos el miedo colectivo ante la experimentación en arquitectura por razones legales y, también, sociales, de educación. De entrada, y en España, hemos sido los arquitectos los únicos productores de realidad obligados por ley a asegurar, y dar garantía con nuestro propio patrimonio, la producción de arquitectura construida por un período de diez años, basándonos en lo necesariamente inapelable del proyecto arquitectónico. Y esto lleva directamente al plano social: ¿se disculpa un arquitecto? Es hoy muy complicado argumentar una disculpa cuando la arquitectura resulta errónea, ya que, de hacerlo, se le puede caer el pelo al arquitecto o, por decir mejor, se le puede venir encima todo el peso de la justicia, o de un juez. Y eso que hablamos, seguimos en ello, de errores abstractos.

Porque si saltamos a la arena de los errores técnicos… recientemente sabíamos de la experiencia de una arquitecta ejemplarmente culta, profesional y dedicada que en el inicio de su carrera -terreno experimental y erróneo donde los haya- resolvió por unos honorarios de 900.000 pesetas (algo menos de 5.500 euros) una sencilla y pequeña construcción a la que nueve años después le fallaron los cimientos que produjeron una grieta horizontal en uno de los muros perimetrales de carga que no pudo soportar las tensiones derivadas del conflicto entre el peso de la cubierta y un suelo que fallaba. Su confianza en la experiencia de los del lugar, en la información oral que recibió sobre las características del terreno y que terminó por conducir a un fallo estructural le ha llevado a tener que idemnizar con su seguro a la propiedad por encima de los 180.000 euros, 54.000 de ellos directamente con su patrimonio, a los que se ha de añadir el coste de la cuota de seguro profesional religiosamente pagada mes a mes durante nueve años.

Conociendo este tipo de circunstancias y el creciente aumento de las demandas como medio de relación social y profesional, no cabe sino aplaudir y apoyar a la legión de quienes mantienen el coraje de la investigación técnica y abstracta sobre la realidad y, especialmente, a quienes quieren y saben disculparse cuando han cometido un error, que reconocen y asumen con sentido de la responsabilidad. Es característica no escrita de arquitectos españoles su sentido del riesgo y de la educación. Son cosas qu
e indirectamente se siguen enseñando en las escuelas y que conectan en vena con aquello de la gallardía, el honor y la deontología profesional. ¿O no?

Quizás, por todo lo dicho, sorprende cuando se tropieza con arquitectos maleducados, tan escasos por fortuna. No se les puede disculpar y más se valora así a personas que, con todo, saben y enseñan que experimentar consiste, antes que nada, en reconocer los errores y en manifestarse en consecuencia como personas educadas. La habilidad del investigador está en identificar sus errores, su grandeza en aceptarlos. Porque… ¿de qué sirve errar si no somos capaces de reconocerlo?

(*) Artículo incuido en la publicación [PEx] y en el recopilatorio de las intervenciones habidas durante el seminario sobre proyectos experimentales que a finales de 2007 organizaron Ángela Ruiz y Pedro Romera en el Centro Atlántico de Arte Moderno para la biblioteca Simón Benítez Padilla, en Las Palmas de Gran Canaria.
(**) La investigación en arquitectura, Curso de actualización organizado por la Dra. Eugenia María Acevedo Salomao y el Dr. Luis A. Torres Garibay dentro del programa «Arquitectura, Ciudad y Parimonio» de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Michoacana. Es posible consultar su índice y revisar las imágenes de presentación del curso en el servicio Slideshare.net en Internet. [
http://www.slideshare.net/contactofaum/sesin-1-y-2-l-a-investigacin-en-arquitectura]

Artículo incluido como editorial en la circular semanal «boletín SCALAE» en su edición 005

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