Rogelio Ruiz, en una disquisición de tono y realidad veraniega aparentemente blanda pero de fondo permanente y definitivamente duro, lanza una rotunda petición: en favor de lo genuino y en conflicto con lo aparente o superficial.
18 de febrero de 2015

[Rogelio Ruiz Fernández, dr. arquitecto, para scalae] 

“Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral!” 

MILAN KUNDERA (nota 12)

Parece ser que el padecimiento de algunas enfermedades reduce considerablemente las estadísticas para padecer otras. Hace mucho tiempo que vengo meditando, e incluso exponiendo en algunos foros sobre cascos antiguos, lo que he dado en llamar “El elogio de la mierda" (The crap theory). No tratamos del posible valor estético de lo escatológico, de Rembrandt en el Caballero del yelmo de oro utilizando excrementos para conseguir la textura y color del casco (se lo leí a Miquel Barceló), ni de la famosa “merda d´artista” de Piero Manzoni (nota 1), ni de aquellos caballos vivos atados en la galería milanesa, que iban defecando y con ello formando la realidad de la exposición (nota 2). No es tampoco aquel plan de protección, también en Milán, en un palacio, que quería preservar el olor a las meadas que siempre tuvo un callejón anexo… Ni Tanizaki, a quien robo el título, en El Elogio de la Sombra,  escribiendo sobre el placer de obrar, y sobre la necesidad de los cubiertos de plata oxidados y el dolor de su brillo en los ojos cuando son bruñidos y limpiados. Ni siquiera de la broma que es el mor-sillón de Javier Mariscal. Sino de su recomendación para preservar otros valores, ya que, la porquería sirve de antiséptico contra el turismo y la urbanización abusiva y por tanto, paradójicamente, sirve para conservar el patrimonio y permitirnos disfrutarlo de otra manera más real. Como aquellas personas que un problema concreto hacen que se desarrollen más en otro ámbito: músicos ciegos, escritores con problemas que los retraen a su mundo rico, personajes atormentados… 

He visitado muchos pueblos de pequeño con mi padre, pueblos viejos blasonados, plazas vacías en la mañana, con cantos rodados y piedras desgastadas, y gente aún amable, aunque casi no hablaban y cuando los revisito ahora, veo las aceras, los coches, los semblantes, y veo que son en muchos casos áreas de servicio de la autopista… negocitos, que han sido liquidados de su valor por el abuso. Simplemente ha cambiado el sistema económico. (nota 3) 

La primera vez que analicé y comprendí, de manera consciente, esta situación perversa fue hace unos treinta años gracias a un trabajo de urbanismo en la población de Peñíscola, en Castellón (Valencia). Aquel baluarte edificado contra el mar, aquel peñón donde se hizo fuerte el Papa Luna y dónde, cuando el Mediterráneo ruge, suben bufones de mar, es un istmo que separó durante años dos Peñíscolas, un arenal inmenso que el turismo fue paulatinamente devorando y dotando de esa imagen demoledora del desarrollismo y la palmera y el otro arco de mar que daba a las casas más antiguas, protegido por el peñón,  y que un colector hacía que tuviera un agua peor para el baño de los veraneantes. Paradójicamente aquella Peñíscola era entonces, gracias a la mierda, mucho más interesante y atractiva, con una escala más humana y una población, probablemente menos adinerada, más asentada en el lugar (nota 4)

El exceso de gente es lo verdaderamente dañino. Arquitectura de consumo turístico. Los edificios como trofeos de cámara, o de móvil, y ya está, sin el tiempo debido, ya no sin el dibujo, sin reflexión alguna (nota 5). El casco histórico como deber del turista, como cebo del turoperador, como fedatario, notario de que, tan solo físicamente, estuvimos allí. Esas multitudes arrasando Venecia, o cualquiera de nuestros pueblos costeros en verano. Buscando eliminar esa contaminación indeseable, hay que madrugar, cuando la ciudad está sola, pasear cuando los pendolari ya han retornado a la terra ferma, o en las épocas del año de menos afluencia. El daño que se está produciendo en estos lugares, también su congelación por veneración que los mata (nota 6) 

Sin embargo, muchas veces, la mierda los protege, podría lo mismo hablar del centro de La Habana, tan destrozado exteriormente, tan descuidado pero que nuestros ojos de arquitecto pueden recomponer y ver llenas de vida e incluso lujo como si saliesen de las páginas de Carpentier y que una situación anómala (permítanme decirlo así sin ningún afán político) ha hecho que durante muchos años no se hayan hecho inversiones y se haya preservado la ciudad antigua salvándose, por el momento, de un aterrizaje inmobiliario destructivo. (nota 7) 

O yendo más lejos, los cascos históricos de la India, increíbles, con las calles de tierra llenas de porquería y muchos turistas parapetados en los limpios y relucientes hoteles de lujo, perdiéndose la
maravilla de la vida. No me estoy refiriendo a la belleza que podemos encontrar en favelas o construcciones precarias sino a la bendición que suponen los problemas para permitirnos disfrutar de una determinada ciudad o casco antiguo. 

O esos cascos históricos iberoamericanos, entrañables, si sucios ¿y qué? en los que los rascacielos, limpios y brillantes como navajas, se clavan y destruyen…

O Nápoles, ¿qué me dicen de Nápoles? donde parece que no llegan todas esas subvenciones europeas que han hecho nuestros cascos históricos catálogos de colorines. Esos críos jugando al fútbol contra fachadas barrocas de las Iglesias, esas señoras vendiendo pescado por las calles en el barrio Español, esa ropa tendida, esos pequeños altares… Seré un egoísta, un ruskiniano, pero eso es lo que yo deseo ver en un casco, que vivan (ya sé, me dirán que malvivan) pero que lo hagan al margen de mí no reclamándome como visitante (nota 8).

Hace unos treinta años también la Ciutat Vella de Barcelona era, no tanto, una ciudad así (o mas allá cuando la escribe Laforet) Parecía peligrosa y eso la protegía. Recuerdo entrar en baretos por la cocina, pegar la hebra con gente del barri ¿hoy que podemos decir? (nota 9). 

Toledo, hace un mes estuve allí, todo tan nuevo, tan rehecho, de repente una calle que cubría una construcción en parte, casi un tránsito, antigua, con maderas colgadas, con polvo, no prevista…me hizo pensar que el resto estaba allí puesto tan solo para revista… El desvestido de edificios para ver la madera que siempre estuvo oculta (Santillana del Mar, La alberca, media Inglaterra…) o la piedra garapiñada…

Hay programas de televisión en los que la ciencia aparece resumida en su parte más llamativa sin que se proceda, el tiempo es oro en televisión, a ninguna reflexión ni profundización cognoscitiva. Esto tiene como fin, que, viendo las palabras: laboratorio, ciencia, experimento… creamos que no estamos cansinamente tirados en el sofá en la recta final del día en un acercamiento bobo a la muerte del sueño. Algo parecido pasa, entre el turismo y la arquitectura, el tiempo es también oro cuando tienes seis noches y siete días y necesitas pensar que no estás derrochando tus vacaciones, sino que en realidad estás haciendo algo muy interesante y formativo (tú no eres como los demás…) Por otro lado gracias a esos documentales de la siesta, acuáticos, que te llevan al tiempo de la placenta, sabemos sobre los arrecifes. Estas formaciones   son terriblemente delicadas. Si las condiciones del agua varían, si la temperatura asciende un grado, las consecuencias para el organismo son brutales y deja de crecer y se seca quedando solo un esqueleto lleno de agujeros. Nuestros cascos históricos no difieren en mucho de los corales, y su consumo turístico no difiere tampoco de la superficialidad y falta de rigor que observamos en los programas televisivos pseudocientíficos. También, cualquier pequeña variación destroza el equilibrio de estos ecosistemas urbanos.

Las catedrales, focos de atracción turística, se mudan y van perdiendo función religiosa y ganando, y cobrando por entrar, función absolutamente turística (nota 10). Si pero al final gentrificación, barreras de coral huecas, ermitaños que se meten en las conchas de otros. Formas que tenían un sentido en una economía y una sociedad concreta y pasan a ser tan sólo eso, una máscara. 

No hablo en realidad de la utilización de lo usado, del object trouvé,  del buscado reciclado, los tejanos gastados, ni del más literal del Garbage Warrior (nota 11). Ni siquiera de los ladrillos reusados como Dolgast en Munich para unirse a la historia que se rompe, como Chipperfield en Berlín para estar allí como si siempre estuviéramos, como O´Donnel y Tuomey en Dublin para entroncar mejor en el barrio que acoge el edificio… Ni del acero corten que se oxida, se pudre por fuera para preservar lo de dentro. Ni de Los animales que se defienden siendo exteriormente asquerosos y poco apetecibles para predadores… Hablo de una casualidad, de un resultado inesperado, de la conservación o respeto por la paradójica situación de su liberación de procesos económicos (turismo, inversiones inmobiliarias) por pobreza que permite la lectura, con menos interferencias, que la realidad maquillada en otros sitios para su consumo turístico.

Hace unos meses venía de la Universidad de Valencia y me di cuenta que he pasado tantas veces delante de Requena  y que nunca había entrado así que, era muy temprano, me adentré en el pueblo. El casco histórico, vistos los que aquí hemos hablado, no era nada excepcional (bueno había un par de portadas de iglesias que me parecieron preciosas), pero lo que más me gustó fueron las señoras barriendo hacia fuera de sus casas, con rulos, con bata guateada, un café poniendo la terraza… una vida normal, una vida que no me estaba esperando a mí como yo tampoco la esperaba a ella. Todo ello debajo de aquella cúpula de teja azul que te llama desde la llanura. Eso quiero yo, normalidad, sólo, tan solo gente en su casa viviendo, que no me ofrezcan sus tesoros con violencia… que me dejen descubrirlos, que me sorprendan.

Que me dejen a veces encontrar perlas en la basura. Que no me lo den todo hecho. Y para despedirnos, como dicen en el mundo del teatro: ¡Mucha mierda! (nota 12)

Rogelio Ruiz, dr. arquitecto, verano de 2014

[IMAGEN: Carlos del Arco, Madrid 1986 (colección Rogelio Ruiz)]

 

NOTAS

Nota 1: En el ´86 en Paris vi una interesante exposición con el Pompidou fresco y activo se llamaba “¿Qu´est ce que la sculpture moderne?” que entre otras muchas obras tenía las latitas de merda d´artista

Nota 2: Nos la contaba el profesor Javier Maderuelo en clase y creo recordar que aparecían en su estupendo y agotadísimo libro “El espacio raptado”.

Nota 3: En el pueblo que paso mis veranos desde que nací, era entonces un pueblo pesquero y conservero, hoy es absolutamente turístico con el abuso constructivo que eso supone y supuso. Quedarán menos de diez barcos marineros y ya casi no pescan ni las gaviotas que prefieren ir a los basureros a alimentarse, viéndoselas hoy, nunca entonces
, junto a cormoranes a sesenta kilómetros de la costa.

Nota 4: Huelga decir que después se depuró el colector y la zona cogió entonces un interés turístico y fue bastante devorada y rematada con un puerto deportivo que como en Denia se come por este lado el horizonte… 

Nota 5: el profesor Juan Herreros (UPMadrid) me ha pasado esta página de internet en la que las ciudades más importantes se ven reflejadas en mapas con puntos por cada envío de foto por telefonía móvil, de este modo podemos recorrer los puntos de mayor atracción y por tanto de mayor abrasión del plano, como si el turismo lo quemase: https://www.flickr.com/photos/walkingsf/sets/72157623971287575/

Nota 6: Dionisio González ha realizado en una serie de Arquitecturas no realizadas por los grandes maestros Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Kahn representadas en realidad virtual…buscando cadenciar el paso del tiempo en una ciudad fosilizada que no permite ahora su marca temporal… 

Nota 7: La Habana tiene una disposición urbana envidiable, la ciudad no se reconstruye sobre si misma destrozándose sino que va creciendo, fiel a cada momento, siguiendo la línea del mar. Ciudad antigua, Forestier, Paseo del Prado, El vedado, los grandes hoteles…

Nota 8: El viaje en tren, por ejemplo, al no permitir el propio medio la parada y la compra, se produce en una relación con el paisaje menos ofrecida por los pueblos, menos propaganda, menos solicitaciones.

Nota 9: Itziar González, que fue concejala del Ayuntamiento de Barcelona, tiene estudiado el vuelco turístico del barrio entero y dan escalofríos. Los turistas son los habitantes del lugar habiendo desplazado la población.

Nota 10: Religión y turismo. Todas las grandes religiones han promovido el que nos desplacemos por motivos religiosos. Una vez en la vida a la Meca, el viaje a Roma, al Vaticano mejor dicho, Jerusalén… Hay además diversos niveles, el viaje más local a visitar tal o cual mezquita o tal o cual virgen venerada… Observad además la disposición territorial de los distintos santuarios respetando una distancia prudencial entre ellos (casi como si fueran farmacias). El camino de Santiago, como religión pero también como articulador turístico e intercambiador de culturas, realmente enhebrador de Europa. El turismo aparece desde la religión, pero al convertirse el elemento arquitectónico que contiene el sagrado en objeto consumible de turismo, desaparece el contenido religioso inevitablemente.

Nota 11  HODGE, OLIVER, Garbage Warrior, 2007 USA  http://vimeo.com/21053594 (gracias artista Lola Marcelli por el enlace) Este documental habla de la obra del arquitecto Michael Reynolds hecha con elementos reciclados.

Nota 12 MILAN KUNDERA, La insoportable levedad del ser, pg. 247

“Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del váter!), o hemos sido creados de un modo inaceptable. De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch. Es una palabra alemana que nació en medio del sentimental siglo diecinueve y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable.”  

Y añadimos nosotros: por tanto al crear un mundo paralelo de mentira, porque el mundo no puede obviar la existencia de la mierda, convierte al propio Kitsch en el concepto que tenemos hoy de la palabra en esa figurita de Lladró que sujeta de la manera más ridícula posible una mariposa envuelta en el cuello de un cisne…

Agentes: Rogelio Ruiz Fernández
Autoría de la imagen: Carlos del Arco